Cardinal Acupuntura

ETERNO VERANO o LA TEORÍA DEL HUÉSPED INVITADO

Durante todo este año hemos podido comprobar claramente como el clima parece no corresponderse con la época del año. Una primavera que con su calor anticipó el crecimiento de los brotes que fueron quemados por breves pero intensas oleadas de frío. Un verano encapotado y ahora un otoño que parece verano.

Desde la medicina china esto tiene otro punto de vista y recibe el nombre de huésped/Invitado. De esta manera se entiende perfectamente que existen dos variables que se conjugan para comprender los tránsitos del clima. El anfitrión aloja y está fijo en un lugar y el invitado llega con otra realidad diferente. ¿A quién se le da preferencia en esta relación? Obviamente la hospitalidad se basa en hacer que el huésped se sienta como en casa y por ello las costumbres del anfitrión suelen adaptarse a las necesidades del invitado. Pero qué ocurre cuando llegan constantemente huéspedes con hábitos discordantes, distintos a los del anfitrión? Este primero ha de alterar su cotidianidad para poder complacer los hábitos de su visita. Esto puede ser una experiencia refrescante que nos saca de nuestra rutina. Sin embargo, cuando el visitante sigue su camino, el huésped se encuentra con que ha perdido la conexión con los ciclos de su rutina diaria. En nuestra sociedad no supone un gran problema porque todo se ha homogeneizado, pero para nuestro cuerpo y en relación a la naturaleza; vivir el dia de noche, lo laboral como vacacional, el comercio como bebercio o la socialización cuando el recogimiento, significa perder las oportunidad para que estas funciones vitales se desarrollen de forma óptima con el menor consumo de energía.

Sin profundizar demasiado podríamos pensar que no hay nada de malo en disfrutar de unos días de sol en noviembre, sobre todo cuando el verano ha dejado tantos deseos frustrados. Sin embargo, tenemos que tener en cuenta lo siguiente. La situación geográfica de España y más concretamente del norte, Galicia, se encuentra lo suficientemente alejada del ecuador como para que la angulación de los rayos solares haya cambiado ya a estas alturas del año. Basta con echar un vistazo por nuestra ventana para ver que el astro rey ya no alcanza su altura característica de los meses estivales, cruzando ahora el cielo más cercano al horizonte. Por este motivo vamos apreciando ya que los días se van acortando y las temperaturas extremando.

Esto significa que la función del otoño como etapa de transición o entretiempo se está viendo alterada porque en vez de recogimiento y nutrición para reparar la intensidad del verano, el invitado nos está llamando constantemente al exterior.

Como es natural el exterior se radicaliza porque a diferencia de unos meses atrás, la diferencia de temperatura entre sombra y sol son muy acentuadas. Como resultado veremos menor capacidad de resistencia al frío, más catarros, miembros fríos, cansancio, etc. La energía del otoño es fundamental para:

– Limpiar la sangre y regular los procesos naturales del sistema nervioso.

– Evitar crisis agudas de los alérgicos asociadas al frío del invierno.

– Alimentar correctamente la flora bacteriana de intestinos.

– Nutrir los líquidos de las mucosas, en especial las del pulmón.

– Regular la comunicación interior exterior para que la piel nos proteja de forma adecuada y el sistema digestivo no aumente su temperatura provocando un bloque del pulmón y rinitis y catarros.

A nivel emocional sucede lo mismo, porque el otoño es la época del año que nos da perspectiva de todo lo acontecido. Es por ello que podemos valorar nuestro año a distintos niveles y sobre todo prepararnos para el invierno, que simbólicamente significa la muerte. De este modo tan veraniego es complicado conectarse con las emociones profundas y percatarse del posible origen de los errores cometidos durante el año y que el invierno nos pondrá de cara de forma inevitable. El otoño es momento de valorar y comparar, es momento de inseguridades, de que la razón se dispare y nos impida conciliar el sueño con normalidad, de ansiedad y cansancio. Todo ello por una no aceptación de los valores que nos caracterizan. El otoño es tiempo de apostar por la casa, la familia y el nido o refugio; independientemente de la forma que todo esto tenga en cada una de nuestras vidas. Pues son los fundamentos para penetrar con fuerza en la importancia de Diciembre, Enero y Febrero. Momento de justicia con una misma.

No merece la pena entrar en el eterno debate de que los biorritmos del sistema de producción alteran toda opción posible de conectarnos a los ciclos de la naturaleza. Que son al fin y al cabo, los mismos que rigen nuestro cuerpo.

Sin embargo, quisiera señalar que otoño e invierno se han convertido para una mayoría en la oveja negra de las estaciones. Y esto es muy simbólico porque sucede lo mismo con todo aquello que se relaciona con la energía que nos traen estos periodos. Si nos paramos a pensar, cualquiera de los procesos fisiológicos o emocionales que llevan asociada una energía de hundiendo, muerte y transformación son rechazados por una mayoría. Vivir el verano eterno, operarse la cara para quitarse las arrugas de expresión, tomarse un café para no quedarse dormido o comparar nuestra vida con la de un perfil plastiquero de internet, es la misma cosa. Siempre queremos aquello de lo que carecemos y esta puede ser una nueva oportunidad para reconocer que el confort y el rechazo de los ciclos en su integridad, no resulta propio de una persona adulta.

La vida se compone de cuatro fases muy marcadas, las mismas que comúnmente conocemos como las estaciones del año. Incorporar cada una de estas energías nos acerca a la integridad y nos previene de enfermedades. De lo contrario, en algún momento experimentaremos una compensación de este desajuste que consciente o inconscientemente provocamos y entonces quizá las consecuencias sean un poco más complejas que un simple catarro.

Siendo conscientes de ello podemos disfrutar de la energía del huésped/invitado sin olvidar que el gobierno natural de este período viene sustentado por el otoño.